No se trata de la lluvia lo que hace que Yara se encuentre melancólica. Tampoco es causa de la hora, aunque quieras que no, las 6 de la mañana no resulta agradable como para despertarse una niña de 7 años.
Yara está así porque ha tenido un sueño, un sueño que podría llamarse pesadilla, deseo, esperanza, mentira, verdad, ... No podría definir si ha sido un sueño malo o bueno, pero si admitir que se ha quedado con algo dentro que no la ha dejado indiferente y que necesita exteriorizar.
Como el único sitio que le levanta el ánimo está en la habitación de su difunta abuela, de puntillas por el pasillo camina hacia allí para buscar calmarse. Lo hace de manera tan silenciosa porque no quiere despertar a los demás y por otra parte, porque si supiesen cual es su destino la regañarían. Ella eso no lo entiende, porque su abuela ya hace mucho tiempo que no vive allí y no va a interrumpir sus sueños.
Y por fin dentro de la habitación, como no puede conciliar el sueño tampoco en esa vieja e incómoda cama, se pone a mirar dentro de los cajones de la cómoda. Sabe que eso no está bien, pero también cree que si su abuela no se llevó todo al lugar misterioso al que se marchó, es porque no le haría falta y no le importaría que nadie lo tocase.
Entre cartas viejas, frascos de colonia vacíos y un libro que habla sobre los dos hemisferios del planeta, maravillada encuentra justo lo que andaba buscando sin ni siquiera saberlo:
_ ¡Aquí guardaré todo lo que he soñado esta noche!
En sus manos hay una cajita verde en la que no cabe ni un dedal pero que a su vez, podrían enterrarse millones de propósitos humanos, y Yara tiene muy claras sus intenciones.
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